Si preguntamos a cualquier persona por la calle acerca de la prostitución y de la visión que tienen sobre este oficio, seguramente duden en responder. No porque no tengan una opinión formada al respecto, ya que la mayoría de nosotros hemos ido recopilando información, más o menos sesgada, a lo largo del tiempo, como para al menos tener una idea del tema. Es el peso del tabú que todavía persiste en este tema lo que hace que sea tan complicado hablar sobre él. Tanto que incluso durante mucho tiempo, la prostitución ha sido simplemente un tema marginal del que nadie cuenta nada. Nadie quiere expresarse en torno a ese tema y mucho menos abrir un debate sobre la situación en la que están las mujeres que ejercen este oficio. Esto ha llevado a crear posturas muy radicales y polarizadas en los extremos. La prostitución para algunos un crimen de explotación sexual ineludible para las mujeres, y para otros, un oficio más que seguirá persistiendo pase lo que pase.
Lo más curioso es que esta es una de esas cuestiones en las que ambas partes pueden llevar algo de razón, ya que existen esas dos visiones y son totalmente compatibles en la realidad. Con la última gran oleada del movimiento feminista, impulsada en estos últimos años, hemos podido enfrentar, por fin de cara, este dilema. ¿Es la prostitución un trabajo esclavo para las mujeres o puede llegar incluso a empoderarlas? Desde las instituciones, en la mayoría de ocasiones se tacha de explotación sexual cualquier intercambio de sexo por dinero, sin tener en cuenta si quiera el consentimiento de la propia trabajadora. Cierto es que hay muchísimas mafias que se aprovechan de mujeres normalmente vulnerables para explotarlas en burdeles clandestinos. Esto pasa demasiado a menudo y por supuesto, es algo que hay que perseguir hasta que desaparezca. En la otra parte, cierto sector del feminismo aboga por permitir la prostitución, aunque se prohíban las mafias y la explotación. Si una mujer quiere entregar ese servicio por su propia voluntad, ¿por qué no iba a tener esa opción? Lo hacemos con nuestra mano de obra en cada trabajo que realizamos, ¿por qué este debe ser diferente?
La prostitución como trabajo
La utilización de las mafias explotadoras por parte de las instituciones para tachar a toda la prostitución de “explotación” es un arma recurrente desde hace siglos. En la mente de muchos no encaja la idea de que una mujer, por propia voluntad, pueda decidir ser trabajadora sexual, con sus propias tarifas, eligiendo a sus clientes, permitiéndose el lujo de vivir de su cuerpo… Es algo que no se sostiene, sencillamente porque muchos lo ven como imposible.
La prostitución siempre es obligada, al menos desde ese prisma, y se supone que ninguna mujer querría pasar por una experiencia sí. Pero es que la situación de las mujeres explotadas es muy distinta a la de esas chicas que ofrecen sus servicios sexuales de forma totalmente libre y profesional. Ellas tienen el control sobre sus tarifas, sobre cuándo y cómo trabajan, no dependen de ningún proxeneta, nadie las obliga… ¿Puede entonces ser la prostitución un trabajo más?
¿Obligación, necesidad o placer?
La connotación moral y ética que conlleva el trabajo sexual es un punto de inflexión ineludible para entender este debate. Y es que el sexo no es un oficio cualquiera, e incluso cuando está dentro de la legalidad, como en el porno, se sigue viendo de manera diferente. ¿Cómo puede ser un trabajo algo tan íntimo, tan propio de uno mismo y de la persona con la que lo queremos compartir? La idea de que solo se puede tener sexo con amor, con sentimientos, sigue muy aferrada a la mayoría de la población. Tener un encuentro sexual con alguien jamás va a ser igual que ofrecer nuestros servicios como fotógrafo, o venderle una aspiradora. Hay una diferencia enorme… salvo cuando no la hay. Porque las personas que ofrecen esos servicios lo ven de la misma forma: como un trabajo. Y en el caso del sexo, puede estar muy bien pagado.
¿Es el trabajo sexual una obligación para las prostitutas? Por supuesto, para un buen número de ellas, las que están sometidas a redes de trata y explotación. Habitualmente son mujeres extranjeras que llegan sin recursos, y se ven coaccionadas a llevar a cabo estos servicios para sobrevivir. Otras muchas entran en este mundillo por su propia voluntad, pero por una necesidad imperante de obtener ingresos. Hay que pagar facturas, cuidar de la familia y la casa… ¿No es acaso una motivación común para la mayoría a la hora de buscar trabajo? Cuando la necesidad acucia, ofrecer servicios sexuales deja de parecer una opción tan arriesgada. Por último, también hay muchas chicas que ven este negocio como una oportunidad para conseguir grandes ingresos. Suelen ser mujeres preparadas, jóvenes y elegantes, que trabajan como escorts de lujo y ganan mucho dinero con cada uno de sus clientes.
En defensa del sexo como negocio
Muchos siguen afirmando, aunque solo sea por repetir una frase manida, que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. A estas alturas esto suena ya bastante rancio, pero no deja de tener parte de razón. Y es que desde siempre, el sexo se ha intercambiado por dinero, bienes u otros servicios. En cada cultura, en cada tiempo y en cadasociedad, el trabajo sexual ha estado presente, incluso en los momentos más complicados, desde guerras a hambrunas. Mientras haya un hombre dispuesto a pagar por tener sexo con una mujer, mientras esa demanda siga existiendo, la oferta acabará dándose, por alguno de los motivos expuestos anteriormente. Ni siquiera en aquellos países que están persiguiendo actualmente este oficio se ha dejado de llevar a cabo.
¿No es mejor, entonces, intentar buscar unasolución reguladora? En Alemania o Países Bajos, las autoridades han entendido que acabar con la prostitución es una quimera, así que buscan regularizarla y controlarla, al menos en parte. Han protegido a las trabajadoras, persiguiendo a las mafias y a aquellos que las explotaban. Han ofrecido mayor seguridad y control para las prostitutas que quieran serlo por propia elección. Y la situación ha mejorado considerablemente para ellas, aunque no es perfecta. El sexo es, en esos países, un trabajo más, un negocio que además está alimentando las arcas con nuevos impuestos. Las mujeres que desean convertirse en prostitutas lo pueden hacer con todo el respaldo de la ley. Las que son sometidas por las mafias pueden denunciar su situación y escapar de esa vorágine de esclavitud sexual. Aun así, hay muchos países que están criticando esta visión sobre el trabajo sexual, y van justo en la dirección contraria.
Los problemas con la ley
Para muchas mujeres, vivir de su cuerpo es algo tremendamente empoderante, casi como ganarle al sistema con sus propias reglas. No podemos ser tan ingenuos de negar que el cuerpo de la mujer se sigue sexualizando de manera general en la cultura actual. Sin embargo, aprovechar esa oportunidad para ganar dinero y hacer de ello una vocación es algo que muchas se están planteando. Solo hay que ver el éxito de las plataformas como Fansly y Onlyfans.
En el caso de la prostitución las cosas se vuelven un poco más peliagudas, y es que entramos en un terreno más íntimo, más peligros. La ley, en muchos países, persigue cualquier tipo de intercambio monetario por sexo, tanto por la parte de la trabajadora como por la del cliente. Esto no acaba con la prostitución, pero si la arrincona, la esconde, la lleva a la marginalidad, una situación mucho más compleja para las chicas que la ejercen.